APARICIONES, MILAGROS Y RELIQUIAS (LUCES Y SOMBRAS DE UN FENOMENO)

SINOPSIS:

Portada provisional
¿Qué pasó realmente en Fátima, bailó el sol o unos extraños objetos aparecieron sobre la multitud...? ¿Quiénes decidieron asesinar a Juan Pablo I...? ¿Fue un milagro la resurrección de Jesús de Nazaret...? ¿Son ciertos los estigmas...? ¿Qué hay de verdad en las apariciones...? ¿Ha existido realmente el Grial, la Lanza de Longinos, el Arca de la Alianza...? ¿De qué naturaleza es la fuente de energía radiante que provocó la imagen del sudario de Turín...? ¿Es auténtico el Lignum Crucis...? ¿Es cierta la rocambolesca historia de la Cruz de Caravaca? ¿Puede un cuerpo humano retornar a la vida tras la muerte? Todos estos enigmas y muchos más son analizados en una obra documentada, valiente y decidida a denunciar muchos engaños y supercherías que nos ofrecen como auténticas verdades y que la moderna metodología científica y sus avances ponen en tela de juicio.

"Apariciones, milagros y reliquias. Luces y sombras de un fenómeno" un nuevo libro de Martin J. Schneider que pronto estará al alcance de los lectores. Los textos que aparecen a continuación están basados en esta obra.





UN MISTERIO AÚN SIN RESOLVER: ¿QUIÉN ASESINÓ A JUAN PABLO I?

Podría haber sido sin duda un buen Papa y poner en marcha muchos proyectos que tenía previsto realizar durante su pontificado para devolver a la Iglesia católica un prestigio que se había ido degradando con el paso de los años. Quienes propusieron su candidatura y movieron los hilos para que fuera elegido Sumo Pontífice, a la muerte de Pablo VI, le creían un hombre débil y fácilmente moldeable, un Papa de transición que se mantuviera al margen de todo,  pero Albino Luciani, ya desde su puesto como Patriarca de Venecia, había advertido los oscuros derroteros de la Iglesia y la larga serie de corruptelas que una de las muchas sectas que anidan en el Vaticano estaba llevando a la institución a unas cotas de desprestigio inusitadas mientras que nefastos personajes y organizaciones ajenas al ámbito religioso iban adquiriendo una insana influencia dentro de las fronteras del Estado más pequeño de Europa. La especulación bancaria y sus inconfesables negocios como el blanqueo de capitales, la propia mafia y la masonería eran, sin duda, los peligros más inminentes que acechaban en esos momentos y a ellos pretendió echar el freno, así como airear las cloacas, limpiar toda la suciedad acumulada y poner en marcha el verdadero sentido de la Iglesia de los pobres, de acuerdo con los preceptos esenciales que proclama la religión cristiana. Y ese proyecto purificador, al final, terminó por costarle la vida. Quizá ignoró Juan Pablo I que el enemigo, criminal e implacable, estaba en buena medida dentro de los propios muros del Vaticano y que sus adversarios no iban a consentir que se modificara un ápice aquel estado de cosas ni el status que disfrutaban con absoluta impunidad;  por eso pusieron en marcha una tenebrosa conspiración para eliminarle. Solo así estos sombríos poderes fácticos mantendrían sus privilegios sin la más mínima interferencia.

Los satánicos enemigos y sus organizaciones.

Jean M. Villot
Paul Marcinkus
Toda la bibliografía generada tras la inesperada y repentina muerte (asesinato) de este Papa, todos los autores e investigadores que han rastreado las circunstancias que condujeron al indudable Magnicidio, coinciden en señalar a determinados personajes dentro y fuera de la Iglesia, como los responsables directos de su muerte. En ese malévolo elenco cabría citar, en primer término, al entonces Secretario de Estado y Camarlengo, el cardenal francés Jean Marie Villot, así como al responsable de la banca vaticana, el arzobispo de origen norteamericano Paul Marcinkus, junto al mafioso financiero Roberto Calvi y al Gran Maestre masón Licio Gelli que presidía la Logia P2 (Propaganda due) Estos individuos formaban parte del cuarteto criminal sobre los que recaen todas las sospechas de planificar y ejecutar la muerte de Albino Luciani, junto a otros no menos execrables personajes de segunda fila que les ayudaron a llevar a cabo con escrupulosa y siniestra precisión un asesinato que conmovió al mundo y aún hoy, 35 años después, sigue levantando densas polvaredas y encendidas polémicas.

Una muerte y unas causas establecidas del todo increíbles

La hermana Vicenza era una monja adscrita al servicio del Papa y fue quien descubrió, hacia las 05,30 horas de la madrugada del 29 de septiembre, a Juan Pablo I en su lecho de muerte. Estaba, según su primer testimonio, como plácidamente dormido, con la luz encendida, las gafas puestas y unos documentos que aún sujetaban sus manos. Extraña y sosegada pose la de una persona que, oficialmente, había fallecido a causa de un infarto agudo de miocardio, tras unos dolores punzantes en el pecho, ahogo y sensación de asfixia. Según todos los testimonios, antes de retirarse a sus habitaciones privadas, el Papa había estado tomando una copa de champán con un grupo de purpurados, entre ellos el siniestro Villot. ¿Fue este maquiavélico personaje, este Rasputín vaticano, quien le suministró la sustancia letal? Nunca se sabrá, porque recién descubierto el cadáver ordenó llamar a los embalsamadores ¡aún antes de comunicarlo a otros cardenales! Apenas una hora después de la muerte todas las habitaciones privadas del Papa estaban selladas y cientos de documentos desaparecidos. No se hizo ninguna autopsia y la celeridad en borrar cualquier indicio sospechoso fue ejecutada con inusitada rapidez. Solo la versión oficial ofrecida sobre la causa de la muerte fue tenida en cuenta, cuando un simple análisis de sangre hubiera sido suficiente para demostrar todo lo contrario. Pero las conspiraciones criminales, bien planificadas, funcionan con diabólica precisión milimétrica y así funcionó todo en aquellos momentos. El médico del Pontífice R. Buzonetti cumplió a rajatabla las directrices dadas y a sor Vicenza le impusieron el voto de obediencia. Todo había sido consumado en la más absoluta impunidad.

Versiones contradictorias

Pese a las mentiras y artimañas perfectamente planificadas, casi siempre hay pequeños indicios que son suficientes para desmoronar parte del engaño y abrir muchas interrogantes. Y en el caso de Albino Luciani las hay, sin duda alguna. Se estableció oficialmente la hora de la muerte sobre las 23 horas del día 28, sin embargo los primeros testimonios hablan de que el cuerpo del Papa aún se conservaba tibio y no tenía siquiera el más mínimo indicio de rigor mortis, algo inusual puesto que éste comienza a partir de las tres horas y el enfriamiento del cuerpo a razón de 1º promedio por hora, por lo que hubiese presentado una sensación de temperatura al tacto mucho más fría de lo que se apreció al principio; tampoco había señales de lividez cadavérica ni manchas hipostáticas y sus articulaciones conservaban una buena elasticidad, por lo que la muerte debió producirse una o dos horas antes a lo sumo y no seis horas y media como hicieron creer los instigadores. El propio proceso de embalsamamiento, sin respetar los plazos establecidos, ya es de por sí bastante significativo así como la desaparición de cualquier posible prueba, recién descubierto el cadáver. Decir que a un hombre de 66 años, de vida sana, que solo sufría una hipotensión perfectamente controlada, que había pasado un reciente examen médico con resultados satisfactorios, le sobrevino esta muerte súbita por infarto de miocardio es todo un ejercicio de malabarismo dialéctico, muy propio de los conspiradores que planearon su óbito.

33 días de pontificado o el Número Simbólico

Licio Gelli
El número 33 tiene un gran simbolismo en la Masonería: es el grado máximo que alcanza un Maestro masón en el Ritual escocés, uno de los más aceptado por este tipo de organizaciones secretas. ¿Se decidió la muerte del Papa de forma aleatoria o fue deliberadamente simbólica, haciendo coincidir los días de su pontificado con este número? Este será otro de los misterios que no podrán despejarse, aunque todo induce a pensar que se quiso dar tal significado masónico al tiempo que, de forma deliberada, se le consintió estar al frente de la Iglesia. ¿Con qué propósito? Quizá Licio Gelli podría tener la respuesta, como elemento fundamental de los conspiradores, aunque muchos investigadores sugieren una especie de advertencia de la Logia P2.
La teoría del asesinato está reflejada y ha sido expuesta en muchas obras publicadas, escritos de opinión y artículos relacionados. Citaremos algunos de ellos. “Pontífice”, obra de G. Thomas y M. Morgans-Whitts; ¿Un asesino para Juan Pablo I? de Bruce Marshali; “En el nombre de Dios” de David Yallop y “La sotana roja” de Roger Peyrefitt, entre otros muchos. Una encuesta de opinión de 1987 realizada en Italia revelaba que más del 30% de italianos creían en la teoría de la conspiración. En otros lugares estos índices aumentaban, sobre todo después de conocer ciertos datos sobre el tono rosáceo que presentaba el rostro del Papa fallecido hacia el mediodía del 29 de septiembre y, según muchos expertos, podría estar provocado por la administración de un potente elemento vasodilatador, monóxido de carbono o cianuro.

La teoría de la conspiración que nadie esclarece…ni desmiente

Roberto Calvi
Pese al tiempo transcurrido desde la muerte del Papa de la sonrisa, nada ha podido aclararse de manera concluyente puesto que quienes podían haberlo hecho o están ya muertos o fueron asesinados impunemente,  como Roberto Calvi que apareció colgado bajo un puente londinense en 1982. Años después los investigadores llegaron a la conclusión de que aquel caso no tenía nada de suicidio y sí mucho de asesinato, como una especie de aviso a navegantes de inspiración masónica. Hoy solo podría intentarse averiguar la verdad sometiendo el cadáver de Albino Luciani a un moderno examen con las últimas técnicas forenses, pese a las grandes dificultades que entrañaría analizar un cuerpo que fue tan prontamente embalsamado. De lo que no cabe la más mínima duda es que aquella funesta madrugada del 28 al 29 de septiembre de 1978 los horripilantes espectros de los Borgia volvieron a pasear sus siniestras figuras por las estancias del Vaticano. Y, posiblemente, si la ocasión lo requiere, volverán desde sus tumbas para desfilar lúgubremente por él cuando algún nuevo Pontífice pretenda airear cloacas y limpiar toda la podredumbre que encierra ese cubil de sectas que, para desgracia de los verdaderos postulados cristianos, hoy dominan y se enseñorean en todos los rincones del Vaticano en la misma Roma, capital de Italia, llamada también la Ciudad Eterna.



EL LLAMADO MILAGRO DE FÁTIMA O LOS “SOLES” QUE VIO LA MULTITUD REUNIDA EN COVA DE IRÍA (PORTUGAL) EL 13 DE OCTUBRE DE 1917.

(Imagen dramatizada)
En el año 1917 nadie conocía la existencia de naves espaciales. El ser humano ni siquiera las había esbozado en los tableros de diseño, ni proyectado siquiera los primeros prototipos, que ocurriría varias décadas después. Estos ingenios, por lo tanto, solo estaban presentes en las novelas de ficción de la época y éstas  apenas tenían trascendencia más allá de algún selecto grupo de aficionados a este tipo de literatura. Por lo tanto esos discos brillantes, como de un metal pulido y ligeramente opaco, que no dañaban la vista al contemplarlos, fueron confundidos con el sol o unos soles que danzaban sobre las cabezas de la multitud congregada en Cova de Iría, entre la sorpresa y el estupor. Al haber sido previamente anunciada su presencia como una especie de prodigio demostrativo por los niños-videntes, una prueba de la verdad de todo cuanto decían acerca de las supuestas apariciones marianas, nadie se percató realmente de lo que estaba sucediendo ante sus ojos. La sugestión colectiva que ya se venía estimulando en la mente de las gentes, desde meses atrás, dio sus frutos aquel lejano y lluvioso mediodía.

(Publicada en L'Observatore Romano. Probablemente falsa)
Sin el más puro sentido de análisis crítico, ni siquiera por parte de las personas ilustradas que asistieron al fenómeno, esa presencia OVNI pasó a formar parte de la iconografía religiosa que impregnaba el caso. Las luces radiantes que estos artefactos emitieron, el calor que secó amplias zonas de campo mojado por la lluvia y las propias ropas de mucha gente, las evoluciones “inteligentes” de ese sol o soles, que parecían “bailar” y acercarse a las enardecidas muchedumbres, no despertaron la más mínima curiosidad científica, ni aún cuando apreciaran perfectamente sus formas discoidales maniobrando de manera incomprensible sobre ellos. El único aparato volador que se conocía en la época era el aeroplano y aquellos discos volantes distaban mucho de parecerse a ellos o maniobrar como ellos, por lo que la versión del Sol entrando en la atmósfera terrestre (un hecho a todas luces imposible) cobró carta de naturaleza.


El estudio de las imágenes que se conservan de aquel espectacular evento (lamentablemente no las suficientes) nos sugieren que fueron varios discos los que evolucionaron por el espacio de Fátima aquella lluviosa mañana del 13 de octubre. Basta con observar los distintos puntos de atención a los que dirigen su mirada quienes allí estaban concentrados. Para estas gentes, analfabetas e incultas en su inmensa mayoría, y además extasiadas por los sentimientos religiosos,  aquel “prodigio” solo podía ser el Sol tal y como había anunciado la Señora o Mujercita. Sin embargo a la luz de la ciencia moderna es radicalmente inadmisible que aquellos discos brillantes que casi llegaron a rozar a la gente fueran otra cosa que unos extraños y enigmáticos discos voladores que avalaron con su presencia la increíble historia de los niños visionarios.

(Los protagonistas)
Muchas son las preguntas que Fátima nos plantea. La principal de ellas es si realmente sucedieron las cosas tal y como después han trascendido hasta nosotros. Fina D’Armada, la investigadora portuguesa que tuvo acceso a las actas originales de las primeras declaraciones tomadas a los niños-videntes, tiene una explicación mucho más racional y menos mística, en base a esas primeras declaraciones, antes de que los jesuitas y la Iglesia las “retocaran” convenientemente y las desvirtuaran, haciéndonos creer que en Cova de Iría, sobre una encina, se apareció la Virgen María a unos pastorcillos.  Siempre ha resultado muy extraña la semblanza virginal la de ese ser luminoso, de apenas un metro de estatura, grandes ojos negros, boca pequeña que no movía al hablar, sosteniendo una especie de globo transparente a la altura del pecho y vestida con una indumentaria “como acolchada”, formada por láminas metálicas superpuestas y que descendía de la encina por una rampa luminosa sin mover los pies.

Aquella aparición pudo ser todo lo que se quiera creer, porque de creencia se trata, evidentemente, pero es de dudosa consistencia que la Virgen tuviese ese aspecto, descrito inicialmente por los pastorcillos videntes, y sobre todo que unos discos metálicos y brillantes evolucionaran en el cielo, lanzando haces de luz irisada. El propio párroco de Fátima nunca creyó el testimonio de los niños. Y a la luz de las investigaciones posteriores y de los avances de la ciencia ¿es creíble este milagro…? El lector es quien, según su propio criterio, se dará la auténtica respuesta.

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LAS FRAUDULENTAS APARICIONES DE SAN SEBASTIAN DE GARABANDAL (CANTABRIA)

AUNQUE NO HAN SIDO ACEPTADAS COMO VERÍDICAS DE MANERA OFICIAL, HAY TODO UN NEGOCIO MONTADO EN TORNO A ESTE SUCESO QUE SOBREPASA LAS FRONTERAS DE NUESTRO PROPIO PAÍS

Esta supuesta aparición tuvo lugar en la aldea de San Sebastián de Garabandal, una localidad cántabra a los pies de la llamada Peña Sagra, en las estribaciones de los Picos de Europa. Sus protagonistas fueron cuatro niñas de edades comprendidas entre los 11 y 12 años, llamadas Mari Loli, Conchita, Jacinta y Mari Cruz y la primera visión tuvo lugar la tarde del 18 de junio de 1961, mientras hurtaban algunas manzanas en un huerto propiedad del maestro. Poco después de cometer esta pequeña travesura, se arrepienten y comienzan a lanzar piedras hacia un lado, lugar donde supuestamente se encuentra el demonio que las había tentado para cometer este delito e invocaron al Ángel de la Guarda. Siempre según el testimonio de las niñas se les apareció el Arcángel San Miguel. Esta es la descripción que ofrecieron  de la visión: ”... vestía un sayo azul sin costuras, las alas rosadas y  grandes, rostro pequeño, ni redondo ni alargado, ojos negros, manos muy finas con las uñas cortadas (sic) los pies invisibles y una edad aproximada de 9 años..”.  Según algunas informaciones las niñas salieron corriendo presas de temor y según otras versiones dicen que este Ángel habló con ellas durante un buen rato  con la intención de prepararlas para una posterior visita de la Virgen. Este suceso rompe un poco los clásicos esquemas, puesto que se dilató en el tiempo hasta el año 1965, todo un récord para este tipo de eventos visionarios. Sea como fuere la esperada aparición mariana se produce el 2 de julio de ese mismo año. Las cuatro niñas, precedidas por una considerable multitud, varios sacerdotes y médicos, llegan hasta un lugar denominado los nueve pinos y allí presuntamente tienen su primer encuentro con la virgen a la que describen como “...vestida de blanco, manto azul, una corona de 12 estrellas, las manos extendidas con un escapulario marrón, salvo cuando lleva al niño en brazos. Su cabello es largo, de color marrón oscuro con raya en medio; su cara es alargada con nariz muy fina y la boca muy bonita de labios poco gruesos. Aparenta unos 17 años y es alta. Pero además viene acompañada de dos ángeles, uno de ellos San Miguel y el otro es desconocido...” (una iconografía excesivamente familiar, según la clásica imaginería religiosa que podemos ver en muchos lugares de culto).
 
Como es habitual en estas visiones las niñas, que según las imágenes gráficas recogidas en sus momentos de trance las presentan con la cabeza excesivamente alta, como mirando al propio cielo, reciben los clásicos mensajes que, curiosamente, había aparecido previamente escritos a los pies del Ángel en sus apariciones de junio. Según las niñas, la Virgen les pide que no  lo revelen hasta el 18 de octubre. Y el mensaje no deja de tener los clásicos ruegos y peticiones, tantas veces repetidas: “Hay que hacer muchos sacrificios y mucha penitencia, visitar mucho al Santísimo y ser muy buenos. Si no lo hacen así vendrá un terrible castigo...”  Como puede observar el lector su contenido dista mucho de ser original, repitiendo esencialmente lo mismo que otros muchos mensajes marianos a lo largo de todo el proceso visionario histórico. Los mensajes posteriores insisten en los mismos o parecidos términos, con la amenaza de que la copa se está llenando a rebosar, apostillando que muchos sacerdotes marchaban por el camino de la perdición y se asistía poco a la Eucaristía (a la celebración de la Misa). En una de las visiones la Virgen, supuestamente, les dice que hará un milagro como en Fátima para que todos crean, sin embargo la joven llamada Conchita, que al parecer es la líder del grupo de visionarias, es la única que recibe este mensaje secreto que no puede revelar, aunque da algunas orientaciones que omitimos transcribir por razones de pura intrascendencia. Anuncia un cataclismo que vendrá desde lo más alto y que será visto por todo el mundo y que el nombre de tan trágica premonición comienza por “A”, dando argumentos a muchos fatalistas para considerar que podría tratarse de un asteroide que impactaría contra la Tierra.  También anuncian que solo quedan ya tres Papas a partir de Juan XXIII. (sic)


El arrobamiento místico es de tal intensidad que, según muchos testigos, en  ese estado de trance, las niñas caen violentamente de rodillas al suelo o se golpean accidentalmente, sin que parezca que el dolor físico les afecte en absoluto. Y a todo esto ¿qué dice la Iglesia? Pese a que algunos sacerdotes fueron testigos de los supuestos fenómenos, la postura oficial eclesiástica fue siempre totalmente contraria  a la veracidad de estos eventos hasta el punto de obligar al Obispo de Santander, monseñor Doroteo Fernández, a la emisión de un comunicado, el 26 de agosto de 1961, en el que decía: “...nada hasta el presente nos obliga a afirmar la sobrenaturalidad de los hechos allí ocurridos...” No obstante se nombra una comisión de investigación. El propio presidente de esa comisión, de la que forma parte también un reportero gráfico, dice que: “...ocurra lo que ocurra, yo nunca creeré en esto...”, encendiendo los ánimos de los más crédulos y enfervorizados partidarios que quizá fueron los auténticos instigadores de las cada vez más polémicas y contradictorias visiones. Son muchos los Obispos que dudan razonablemente de estas supuestas apariciones. Ya en marzo de 1967, monseñor Puchol, sucesor del Obispo Beitia Aldazábal,  declara de manera contundente: “...No ha existido ninguna aparición de la Santísima Virgen, ni del Arcángel San Miguel, ni de ningún otro personaje celestial. No ha habido ningún mensaje. Todos los hechos acaecidos en dicha localidad tienen explicación natural...” Al poco de realizar estas declaraciones, monseñor Puchol tuvo la desgracia de fallecer en un accidente, hecho que los enfervorizados integristas interpretaron como un castigo divino por su negativa a aceptar como válida tamaña superchería. Hasta ese grado de degeneración mental suele descender el fanatismo religioso.

Finalmente en 1988 el nuevo Obispo, monseñor Juan Antonio del Val, quizá para intentar serenar una polémica que se venía arrastrando desde 1961, aceptó autorizar a los sacerdotes que desearan acudir a Garabandal y celebrar allí la Eucaristía, hasta entonces prohibida por sus antecesores. A veces no queda más remedio que aplicar la doctrina de la iglesia en estos asuntos de fe y ceder para evitar males mayores, aún a sabiendas que se sustentan sobre simples fabulaciones que, no obstante, despiertan muchas simpatías en las capas más bajas de la sociedad, por una simple cuestión de ignorancia intelectual.


Los orígenes de la fabulación y el engaño

Casi todas las apariciones han respondido siempre a connotaciones de orden material mucho más que a verdaderas necesidades de ámbito estrictamente espiritual. La situación socio-política de un determinado país, el grado de decadencia religiosidad, cuando no la clara persecución a la institución eclesiástica, el oportunismo ideológico y otros factores similares han propiciado siempre la preparación o el caldo de cultivo propicio, para inducir a esas manifestaciones visionarias que tienen asegurado siempre un mínimo índice de credulidad, amparándose en la religiosidad del pueblo. Otras veces es el propio status anímico de la persona, de modo individual o colectivo, es el que de manera espontánea, induce su puesta en escena, confiando en la adecuada respuesta por parte de quienes sienten la imperiosa necesidad de creer en algo sublime.

En el caso de San Sebastián de Garabandal posiblemente hubo desde el principio una concatenación de factores inducidos de manera subrepticia por personas altamente interesadas en la fabricación del prodigioso evento, contando de antemano con el estado de opinión que se iba a generar y que, en el peor de los casos, siempre quedaría la duda acerca de su autenticidad que es tanto como practicar el viejo adagio de mantenella y no enmendalla.

Las supuestas videntes
Las circunstancias del tiempo en el que se inician las supuestas apariciones son otro factor a tener muy en cuenta. En esos primeros años de la década de los 60, España comenzaba a recuperarse tímidamente de una angustiosa situación económica anterior; eran los tiempos en el que los llamados tecnócratas del régimen iban a planificar un modelo de desarrollo económico que no solo propiciaría el bienestar social, sino todo el grado de progreso que llevaba aparejado. Nuestras playas se abrían al turismo internacional, con el consiguiente relajamiento de ciertas costumbres que comenzaban a considerarse escandalosas, el consumo y la demanda interna se acrecentaban y el nivel de la renta per cápita aumentaba progresivamente favorecido por esos índices de desarrollo. También la propia institución eclesial estaba cambiando; el llamado nacional-catolicismo y sus rigurosos postulados, comenzaba a relajarse de manera ostensible y el cambio era alentado por su más alta magistratura, que preparaba el famoso Concilio Vaticano II, e iba a suponer, en opinión de muchos, una auténtica revolución dentro de la Iglesia. También el propio clero se veía afectado por los nuevos aires que soplaban desde Roma, las vocaciones descendían y los Seminarios perdían a muchos candidatos al sacerdocio. Los tiempos de la obligatoriedad religiosa se relajaban hasta el punto que muchos sacerdotes preferían la secularización a soportar una situación que les angustiaba, dándose casos verdaderamente rocambolescos como el curas fugándose con sus novias y provocando auténticos escándalos en sus respectivas parroquias. Esto explica, en cierto modo, una de las advertencias de los supuestos mensajes de Garabandal, dirigidos hacia esos sacerdotes que van por el camino de la perdición. En cuanto a las protagonistas de las visiones místicas, según Scott Rogo en su libro “El enigma de los Milagros” publicado en 1982, ninguna de estas niñas era precisamente un modelo de virtudes cristianas ni observaban esa vida ascética y casi angelical que caracterizó a otras visionarias, como Lucía Dos Santos o Bernardette Soubirous. Por el contrario ellas seguían comportándose como los jóvenes de su edad, sin ninguna observancia de la acendrada religiosidad que se les suponía. Y al final, el asunto se les vino abajo. Las niñas confesaron que todo había sido una simple fabulación, un engaño inocente sin prever las consecuencias, aunque jamás confesarían si alguien las había preparado o inducido a ello. Conchita, una de las visionarias, fue al parecer quien fraguó la idea de las apariciones, secundada por las demás. El cariz que adquirieron los acontecimientos, la notoriedad, la fama y el humano temor al castigo, dada la magnitud que había cobrado el engaño, las llevó a mantenerlo hasta que no pudieron soportar sus propias fabulaciones y remordimientos,  confesando la verdad.

Aún así hubo y aún hay mucha gente que sigue creyendo la verdad de estas falsas apariciones. Llegados a este punto podríamos asegurar que el refrán popular “miente que algo queda” adquiere su auténtico significado;  las afirmaciones de muchos de los que todavía creen así parecen demostrarlo, cuando dicen que: “...la Providencia de Dios ha rodeado siempre estos prodigios de un cierto ambiente de oscuridad, de argumentos negativos, que al final, y ante un nutrido grupo de personas dignas de tal gracia, el cielo se encarga, con un  espectar milagro, de aclararlo todo...” Mayor grado de oscurantismo, pese a las evidencias del engaño, no puede ser concebible.

En una entrevista realizada por Gabriel Carrión, autor del libro “El lado oscuro de María” (1992) al sacerdote López Guerrero, éste afirmó que: “... Mari Loli, la segunda de las videntes, me abrió los ojos y me descubrió toda la verdad. Ellas habían comenzado como si se tratase de una broma y viendo que la gente se interesaba mucho por el tema siguieron adelante hasta que se asustaron. Llegaron incluso las dudar de si lo que habían visto era real o imaginario...”  Creemos que sobran los comentarios. Sin embargo no debemos omitir aquellos que directamente se relacionan con la rentabilidad económica de estas visiones, como también suele ser bastante habitual. Tres de las antiguas visionarias residen en Estados Unidos y la cuarta continúa en Asturias (España). En Norteamérica existe el llamado Garabandal Center que tiene su sede en Long Island; este Centro fue inicialmente financiado por el multimillonario Joey Lomangino, ciego, que esperaba recobrar la vista por intercesión de la Virgen, milagro que desgraciadamente para él aún no se ha producido, sin embargo otros milagros –éstos de índole económica- se producen todos los días, pues una de las videntes, Conchita según estas fuentes, mueve ingentes cantidades de dólares gracias a su original y bromista superchería, que se traduce en la venta de estampas, póster, escapularios, medallas bendecidas y abundante material videográfico. Un auténtico marketing brillante y sustancioso, como todo aquello que se relaciona con el mercantilismo de origen religioso y que, además en este caso concreto, cuenta con centenares de Centros abiertos por todo el país americano en los que colaboran miles de acólitos (suponemos que de manera altruista)  y otras muchas sucursales, impregnadas de un rancio tufo ultra conservador, repartidas por Europa, Australia, Japón, Sudáfrica, Rusia y otros países. Ignoramos el tratamiento fiscal que dispensan estos países a las grandes fortunas amasadas en torno a estas  auténticas Industrias del Milagro aunque no es difícil suponer, adivinando las riquezas, lujos y ostentación que suelen hacer los afortunados que han logrado “colar” en ciertas mentes tamaña superchería.


Epílogo: el milagro nunca visto y siempre pendiente

Un momento del "milagro"
El milagro por el que la Virgen se daría a conocer en Garabandal se anunció y postergó en numerosas ocasiones. Se estableció la fecha del 13 de abril de 1995 para que este nuevo prodigio se llevase a efecto, dándosele una gran publicidad que tuvo gran repercusión internacional, provocando una masiva afluencia de peregrinos llegados desde muchas partes de Europa y América que agotaron  las plazas hoteleras de toda Cantabria y hasta se alquilaron habitaciones particulares, pues no era conveniente dejar pasar esta oportunidad única de hacer negocio, sin embargo el Gran Milagro no se produjo (sí por el contrario tuvieron lugar otros menos trascendentes, pero más rentables, como los millones de pesetas de la época que movió la industria hotelera y otras actividades lucrativas relacionadas con el turismo).  Posteriormente, Conchita, que como vidente religiosa tiene mala fortuna (aunque no en otro tipo de visiones menos etéreas y más materiales), volvió a tentar la suerte y anunció que para el año 2000 se produciría de nuevo el Milagro tantas veces anunciado, confiando quizá  que en ese espacio de tiempo algo trascendente ocurriera para poder justificar el engaño. Como no ha ocurrido así –ni probablemente ocurrirá jamás- esta buena señora se cura en salud anunciando desde su privilegiada y señorial mansión neoyorkina que cuando la Virgen se lo comunique, ella lo manifestará con ocho días de antelación. Mayor cinismo e hipocresía no es concebible en personas que, probablemente, no ignoran el daño moral que están haciendo o pueden hacer a otros seres humanos por mantener, contra viento y marea,  sus oscurantistas supercherías.

Mientras tanto –y pese a las mentiras, engaños y dilaciones- hay muchos peregrinos que siguen acudiendo a San Sebastián de Garabandal en espera de unos prodigios que se resisten a reaparecer. Cabría preguntarse ¿qué hace la Iglesia Católica? Ésta, fiel a sus posturas oficiales, guarda un silencio aparentemente neutral, que en este caso, podríamos calificar de cómplice, puesto que debería hacer uso de su inmensa autoridad moral para terminar, de una vez por todas, con tanto engaño y mentira, pues ni aún tratándose de un supuesto acto de fe son permisibles determinados silencios. Aunque quizá, como alguien dijo con gran acierto, mientras el embaucamiento sea rentable, todo puede ser tolerado.